domingo, 21 de abril de 2013

El disco duro de Rózsa

“Tuvimos que salir de la ciudad a toda prisa porque ya no era seguro pero, como puedes ver, estoy en una pieza. Te amo. Adiós”. Es el último registro de Eduardo Rózsa Flores en vida. El dinero ya casi no llegaba, había percibido que muchos desconfiaban de él e intuía que el círculo a su alrededor cada vez se cerraba más.

La grabación, con una cámara fotográfica de baja resolución, de las últimas palabras -en húngaro- del ex combatiente de la Guerra de los Balcanes viajó desde una hacienda en las afueras de Santa Cruz de la Sierra hasta Budapest.

La destinataria del mensaje era su novia, Linda Szászvári, fotógrafa y arqueóloga. Faltaba menos de un mes para el operativo en el hotel Las Américas. El archivo de video, de apenas 47 segundos, quedó guardado en su computadora.

Diez días antes del 16 de abril de 2009, Linda y Eduardo se comunicarían por última vez. Ella sigue convencida de que su novio habría vuelto a Europa del Este para casarse con ella en agosto de ese año.

Él creyó, hasta el último minuto, que su aventura en suelo cruceño podía tener un final victorioso, con autonomía, guerra o independencia, daba igual. Los dos estaban muy equivocados.

Seguramente la última comunicación entre ambos fue desde la plataforma de correo electrónico Hushmail que Rózsa usaba por seguridad. Ese servidor cifra todos los mensajes mediante criptografía de claves únicas y hace que sólo el remitente y el destinatario puedan leer su contenido.

A través de ese sistema, que no pide datos personales y permite el uso ilimitado de alias, el húngaro-boliviano se comunicaba con el resto de su grupo, los financiadores y contactos en Europa.

Sin embargo, toda la seguridad sería insuficiente, pues Eduardo cometió un error de novato. Tal vez para tener un registro offline de sus conversaciones, o para tener pruebas contra sus eventuales aliados, Rózsa copiaba el contenido de los correos electrónicos a archivos de texto y los conservaba en la computadora.

“Estoy llegando de La Torre' nada de los fierros. Hay más seguridad, también hay un muchacho que está escondido y anota placa de toda movilidad”, se lee en uno de ellos.

La Torre era la casa de campaña donde se diseñaban las estrategias del movimiento autonomista y desde donde operaron muchos de los implicados con el grupo Rózsa. Los fierros eran las armas que la célula reclamaba insistentemente a los financiadores y encargados de logística.

“Te escribo para que informes de lo de abril, la fecha exacta y si es prudente el bombón al Cardenal”, aparece en un mensaje que recibe Eduardo de parte de otro miembro del grupo que usaba Hushmail, más de un mes antes del atentado en la casa de Julio Terrazas, el 15 de abril de 2009.

Otros correos hablaban de reuniones que debían ser en lugares “no tan quemados” como La Torre, grandes solicitudes, depósitos y entregas de dinero, contactos para visitas a haciendas que podrían ser campos de entrenamiento.

Se escribió también de un viaje a Trinidad para reclutar “a los benianos” y que sí se efectuó. También hay uno que habla de la implementación de una tecnología de comunicaciones muy segura (y también muy cara) para cubrir todo el radio urbano de Santa Cruz.

El más llamativo de ellos alerta de una inminente acción policial y gubernamental contra el grupo, un par de semanas antes de lo sucedido en el hotel Las Américas. Pese a esa advertencia, y las otras señales que recibieron de que ya habían sido identificados, no abandonaron el país. Entregaron el “bombón” al cardenal y el resto es historia conocida.

De hecho, la célula terrorista jamás mantuvo disciplina y menos la conducta propia de un grupo que pretendía iniciar un movimiento irregular dentro de un país extranjero. Prueba de ello es la colección de fotografías que aparece en el disco duro de Eduardo.

Las instantáneas de Rózsa, Arpad Magyarosi y Elod Toaso que fueron halladas en la computadora del primero dan cuenta del alto grado de exposición y el amplio círculo social en el que se movían.

Los recién llegados de Europa se exhibieron sin el menor cuidado en la fiesta grande de los cruceños, en febrero de 2009. Pasaron los días de carnaval con casacas oficiales de una tradicional comparsa de Santa Cruz, manchados con tinta, bailando y bebiendo cerveza.

Cuando se trasladaban a alguna de las quintas que les pusieron a su disposición, jugaban billar y bebían whisky irlandés Jameson de 12 años. Mientras estaban en la ciudad les gustaba ir al bowling o a los cafés de la avenida Monseñor Rivero, con mujeres.

Se movían en vehículos 4x4. Así llegaron hasta San Javier y conocieron la zona de las misiones jesuíticas. Nunca les faltó una cámara fotográfica para registrar esos momentos.

Por supuesto que no todas las fotografías eran inocentes. A ellos les gustaba lucir, exhibirse. Sólo así se explican las instantáneas con rifles de mira telescópica o con varios fajos de dólares sobre una mesa. En la “tarjeta navideña” de Eduardo Rózsa se lo ve a él con dos pistolas, munición de varios calibres, cartuchos, lubricante de armas y un paquete de cigarrillos Marlboro Light.

En otra foto aparece Tibor Révész, húngaro y paramilitar que tenía que reclutar a más milicianos europeos para el grupo. Su pelea con Rózsa, pocas semanas antes del operativo de la Policía, precipitó que abandone Bolivia y, de esta forma, ahora siga en libertad y bajo buen recaudo en Europa del Este.

Eduardo tenía, además, una colección completa de imágenes de sus antiguos camaradas en la Guerra de los Balcanes. Un mes antes de partir a su última aventura, Rózsa se reunió con los veteranos para un acto en memoria de los caídos en la guerra de Yugoslavia.

Sus viejos colegas todavía deben recordar cómo fue que les contó que buscaría la defensa y liberación de la lejana tierra en la que nació.

“A las armas, valientes cruceños. Al combate entusiastas volar. Es temible el soldado que imponga, libertad, libertad, libertad. Una voz clamorosa os llama, de entusiasmo el pueblo encender. Es la voz de la patria oprimida y a las armas os dice correr. Como libres marchad al combate, que ahí crece la esbelta bandera, del oriente en el vasto vergel. Nuestros planes y campos guardemos. Que un tirano insultó sin razón. Con su fuerza sin tregua luchemos y expiremos al pie del cañón”.

Es parte de la letra del Himno de Armas de Santa Cruz que Rózsa tenía en su disco duro. No existe registro en internet del tema y los conocedores de la tradición cruceña no tienen idea de quién hizo esta marcha y cómo llegó a las manos del húngaro-boliviano.

La música que escuchaba Eduardo era variada y la mayoría de Europa del Este. Sin embargo, en su computadora conservaba un disco que seguramente le interesaba más por su valor militar que por su estética o melodía.

Se trata del histórico Guitarra armada de Carlos Mejía Godoy, el cantautor de la revolución sandinista que enseñó a su pueblo a defenderse con las armas. A Rózsa no le importaba que el músico de la Nicaragua rojinegra se encontrara en las antípodas ideológicas, sino la efectividad de sus canciones para enseñar a usar un FAL o una carabina M1.

No vale la pena mencionar los otros gustos que delata Rózsa a través del contenido de su disco duro. Si a alguien le quedan dudas de que preparaba una operación armada en el país, debe saber que en esa computadora también guardaba manuales de ejércitos desde Rusia hasta Japón, además de otros instructivos de combate cuerpo a cuerpo en los que se enseña cómo identificar y embestir contra puntos letales en el cuerpo humano.

Eduardo también gustaba de escribir poemas. Uno de los últimos fue el que escribió a su tierra natal. A su Santa Cruz a la que le dijo: “Aquí me tienes, me entrego”. Casi fue una premonición. Hasta ahí llegó.

Boris Miranda Espinoza


“Si a alguien le quedan dudas de que preparaba una operación armada en el país, debe saber que en esa computadora también guardaba manuales de ejércitos desde Rusia hasta Japón, además de otros instructivos de combate cuerpo a cuerpo”.

1 comentario:

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