Rozsa le negaba al prefecto Rubén Costas el mando político en el movimiento insurgente para “independizar” a Santa Cruz. El mercenario exigía concentrar para sí el mando político y militar del movimiento; mientras Costas exigía detentar el mando civil aceptando el mando militar de Rozsa. El mercenario que llegó de los Balcanes decía que en una guerra de guerrillas urbana, mando político y militar no podían estar separados y en todo caso “lo político se subordina a lo militar”.
“Este hombre está loco”, dijo Rubén Costas en una reunión decisiva del grupo La Torre. Los más cautos de esa organización local opositora al régimen de Morales comenzaban a arrepentirse de haber propiciado la llegada del mercenario.
El comandante Rozsa exigía dos millones de dólares para equipar un ejército especialista en Guerra Urbana, con indumentaria de última generación, visores nocturnos con rayos laser, localizadores GPS y el armamento más sofisticado que incluía misiles y tanquetas. Se halló en su computadora registros de visitas a portales de la web especializados en la venta de ese tipo de material bélico.
La posición de Costas se impuso en el grupo La Torre. Decidieron apartarlo. Pesó en esa decisión el temperamento del propio Rozsa. Se lo veía excedido en tragos en ciertas reuniones sociales hablando más de lo debido, jactándose de la magnificencia de su plan bélico. El guión ya estaba escrito antes de su llegada a Bolivia: filmaría la segunda parte de su película “Chico” con él de héroe épico en medio de un baño de sangre real, con extras muertos de verdad. Santa Cruz en guerra contra Evo Morales sería su gran set. Y no dejaba de despotricar contra el Prefecto de Santa Cruz, que frenó la locura. Más que eso. Según testificó Juan Carlos Guedes Bruno, Rozsa había manifestado se deseo de asesinar a Rubén Costas para apartarlo de su camino. “Más vale un cojudo mártir que un maricón vivo”, habría dicho, según Guedes.
En otros episodios, se lo ve a Rozsa en tremendos líos personales por conseguir armas. “No saben con quién se están metiendo”, le amenaza telefónicamente a Alcides Mendoza Mazabe, un integrante de la Unión Juvenil Cruceñista que le había vendido una Brenon 9 milímetros, a medio uso, sin su caserina. El arma pertenecía a un capitán del Ejército. Según Mendoza, la caserina estaba siendo reparada en una armería ubicada en el Mercado Mutualista y Rozsa, que se presentaba con el alias de “Germán”, se desesperó por la tardanza.
En varios emails, así como en sus mensajes a Istvan Belovai, Rozsa celebra haber tomado contacto con jefes de la FF.AA. y la Policía Boliviana que le prometieron conseguirle armas. A mediados de marzo del 2008, el jefe de la Unidad Táctica de Resolución de Crisis (Utarc), capitán de Policía Walter Andrade, logra infiltrarse en el entorno íntimo de Eduardo Rozsa con ayuda de un agente de la Embajada norteamericana, un portorriqueño que se hace llamar “El Diablo”, quien los presenta. El policía adiestrado por instructores norteamericanos en los tiempos de Sánchez de Lozada y el mercenario que vino a balcanizar Bolivia se hicieron muy amigos y hablaban de armamentos permanentemente.
Según Ignacio Villa Vargas, Andrade, que el 16 de abril al mando de la Utarc es quien ejecuta a Rozsa en el Hotel Las Américas, es también quien provee al grupo mercenario un importante lote de armas de uso militar, y son las mismas armas halladas tanto en el dormitorio de Rozsa como en el stand de la Cooperativa de Teléfonos Automáticos de Santa Cruz (Cotas) donde el mercenario instaló su “cuarto de guerra”.
Si es cierto lo que afirma el coronel Germán Cardona, hoy autoexiliado en España, sobre las armas que el ministro de la Presidencia habría extraído de la Octava División de Ejército el 9 de marzo del 2008, es poco probable que ese material bélico hubiera sido “sembrado” en el stand de Cotas, pues hay testigos, como Ignacio Villa Vargas, que aseguran haber visto esas armas en dicho recinto mucho antes de la matanza del 16 de abril.
Si Cardona no miente y demuestra haciendo público el inventario que dice tener (hasta hoy no lo hizo), que las armas recogidas de la Octava División por Quintana son las mismas halladas en el stand de Cotas y en las habitaciones del Hotel Las Américas, lo más probable es que esas armas fueron entregadas a Rozsa, el mismo mes de marzo, por el capitán Walter Andrade. Es decir, Quintana sacó las armas de la Octava División el 9 de marzo, se las dio a Andrade, y el infiltrado las entregó a Rozsa. No hacía falta “sembrar” nada. Luego Andrade lo mató en abril arguyendo un enfrentamiento armado que nunca ocurrió.
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