Mario Ariel Rocha recorre Cali a diario con una carpeta de documentos tan pesada como un saco de boxeo. Para llevar esos papeles aquí y allá se requiere apoyarlos sobre el revés de los dos brazos, asegurarlos contra el pecho, caminar lentamente. Son tantos que en el asiento trasero de un carro se desparraman sin que nadie más se pueda sentar. - Es mi defensa - , explica.
El hombre, acusado en Bolivia, su país, de pertenecer a una red de funcionarios de la justicia y del gobierno que se dedica a extorsionar presos a cambio de otorgarles la libertad o ciertos beneficios, asiste a terapias con un psiquiatra. No es que esté loco, aclara, las terapias son para aprender a controlar la rabia. Mario Ariel Rocha es un tipo molesto con la justicia boliviana.
- Lo que han hecho conmigo es una infamia. Han allanado mi casa, han allanado mi oficina, violando mil normas. No hay precedentes jurídicos. En Bolivia somos 600 los exiliados. De los 600, solo uno ha salido a la palestra: yo. Porque yo tengo la verdad. Yo le quiero demostrar al presidente Evo Morales que mi caso es una total injusticia. Soy inocente.
Desde que lo acusaron de pertenecer a la red de extorsionadores, no solo perdió su trabajo como presidente del Tribunal Departamental de Santa Cruz de la Sierra – ha sido el presidente más joven en la historia del Tribunal, tiene 39 años - no solo dejó su ciudad, la familia, proyectos políticos, sino que se interrumpió lo que ha venido buscando con insistencia junto con su esposa, Vanessa Bertón: un bebé.
Rocha llega a El País con su carpeta, recién afeitado y vestido de traje negro y camisa de rayas rojas. Sobre su cuello cuelgan lo que de lejos parecen ser dos rosarios. Quizá los tenga como amuleto de protección. Rocha es católico. Rocha está seguro de que en Bolivia, lo quieren matar. (Extracto)
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